¡Feliz 30 de abril! Católica campeón 2016 y celebra el «Día de la Hinchada Cruzada»

Tras caer por 1-0 en la penúltima fecha ante San Luis en su visita a Quillota, Universidad Católica no pudo aprovechar la oportunidad de retomar el liderato de la tabla de posiciones, a falta de una fecha para que finalizara el Campeonato de Clausura 2016.

Ahora, dependíamos de un triunfo ante Audax Italiano y un tropiezo de O’Higgins, que se posicionó en el liderato de la tabla con dos puntos de ventaja sobre la UC y en la última fecha enfrentaba a Universidad de Concepción en Rancagua.

EL PARTIDO

A las 16:00 del sábado 30 de abril de 2016, por la Fecha 15 del Campeonato de Clausura, se jugaron en simultáneo los partidos de Universidad Católica vs. Audax Italiano en el Estadio San Carlos de Apoquindo y el de O’Higgins vs. Universidad de Concepción, en el Estadio El Teniente de Rancagua.

Universidad Católica formó aquel día con Cristopher Toselli; Stefano Magnasco, Guillermo Maripán, Germán Lanaro, Juan Carlos Espinoza; Jaime Carreño, Fabián Manzano, Diego Rojas, David Llanos, Sebastian Jaime y José Pedro Fuenzalida.

El destino, caprichoso y esquivo, tejía una trama de incertidumbre sobre el césped de San Carlos de Apoquindo. Universidad Católica, con la sed de gloria largamente contenida, se disponía a luchar hasta el final. Apenas el cronómetro había comenzado, David Llanos, con el gol entre ceja y ceja, tras un servicio exquisito de Jaime Carreño, vio cómo el balón se escurría, negándole el grito. Un remate desviado de Diego Rojas añadió una pincelada de esperanza.

Sin embargo, a los quince minutos, llegó un golpe inesperado. Un centro del argentino David Drocco navegó en el aire hasta encontrar destino. Diego Vallejos conectó el balón y abrió el marcador para el grito de los itálicos.

El descanso llegó como un respiro y una pizca de esperanza que provenía desde Rancagua, donde la Universidad de Concepción se ponía en ventaja ante O’Higgins. Un susurro de ilusión.

Mario Salas movió sus piezas y Nicolás Castillo entró en lugar de Sebastián Jaime, buscando el asedio en el área rival. Luego Christian Bravo y Roberto Gutiérrez ingresaron a la cancha. Sin Diego Rojas en el campo, los atacantes se alternaban con Jaime Carreño en la distribución del juego ofensivo.

El reloj avanzaba y con él, el nerviosismo en San Carlos de Apoquindo. Hasta que surgió la jugada, aquella tejida con la fibra del corazón cruzado. Un ataque hilvanado con la urgencia de la historia culminó en un latigazo potente de David Llanos, un misil que perforó la red y desató un rugido ensordecedor, el grito de la igualdad que reavivaba la llama de la esperanza.

El estadio tembló y el aliento de la hinchada se multiplicó. En ese instante, las ondas radiales trajeron noticias de Rancagua: el segundo gol del Campanil. En paralelo, desde el Estadio Monumental, la confirmación de un empate de Santiago Wanderers. El sendero hacia la gloria se abría, dejando a Universidad Católica con una misión exclusiva: vencer para arrebatar el cetro a O’Higgins.

El equipo se lanzó al frente con la sed de levantar la copa, y bajo el incesante aliento de los hinchas presentes, llegó el momento: centro de David Llanos y José Pedro Fuenzalida conectando de cabeza la pelota en el arco sur, desatando el delirio de todos Los Cruzados y Las Cruzadas en San Carlos.

La locura se apoderó de las gradas, mientras la atención, como un péndulo nervioso, oscilaba hacia Rancagua. Un gol en El Teniente forzaría una definición agónica contra los celestes.

Pero el destino, que tantas veces le había esquivado la sonrisa a la UC, esta vez le guiñó un ojo. El pitazo final resonó en San Carlos, liberando una primera ola de euforia contenida. Nadie se movió de sus asientos, los oídos pegados a las transmisiones radiales, aguardando el veredicto final desde el sur. Y entonces, el sonido liberador, el eco que viajó desde Rancagua hasta incrustarse en la precordillera capitalina: el pitazo final.

Cinco años y medio. Cinco años y medio de espera, pero en esa tarde de otoño, se logró una vez más. Universidad Católica era campeón. Y el grito, desgarrador y liberador, resonó con la fuerza de la historia, un testimonio de la perseverancia, la lucha y la pasión de un equipo y una hinchada que jamás dejó de creer.

La gloria, esquiva durante tanto tiempo, finalmente había encontrado su hogar en San Carlos de Apoquindo.

ASÍ LO VIVIMOS EN EL CLAUSURA 2016